BITÁCORA REPTIL

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EXTRACTOS DE UN DIARIO DE PANDEMIA, COMISIONADO POR LA REVISTA LA TEMPESTAD          

                                                                                                                                  En los últimos años he imaginado el espacio público a través del baile y la coreografía, y he propuesto desde ahí un encuentro con la colectividad, pero ¿cómo considerar ahora el cuerpo en el encierro?

Desde La Tempestad me propusieron llevar una bitácora de esta nueva realidad; no sé si pueda hacerlo –en estos momentos soy un reptil–, pero accedo. Mientras escribo voy descubriendo que en realidad en el día a día sí que me vienen reflexiones, pero tengo una absoluta incapacidad de concentrarme a leer, articular o generar nuevas ideas de proyectos que tengan que ver con cualquier cosa. Así, los pensamientos llegan cuando ordeno el librero, escombro el clóset y me deshago de mis facturas y declaraciones de impuestos del 2004.

En algunos momentos vienen ideas; en otros, estados del cuerpo; y quizá en otros alguna reflexión relacionada con mi hacer, o con el ser artista (lo que sea que esto signifique en momentos donde más bien me siento empequeñecida e irrelevante ante un suceso global).

I

– – Cuando la pandemia se anunciaba, mamá me dijo seriamente que prefería morir de coronavirus que perderse de los abrazos de sus hijos, que esa era su decisión porque el aislamiento y no profesarse cariño, a sus años, tampoco era vida. Luego me pidió que la abrazara. Lo hice. Dos semanas después, la medida del Quédate en casa se hizo oficial, pero yo decidí cada semana ir a Temixco -donde radica- a llevarle a mamá el súper. Es la segunda semana que se lo llevo y, después de unas horas, ha llegado el momento de despedirse. El primer gesto es acercarme como si la fuera a abrazar y besar como siempre lo hago, pero me detengo. No podemos                                                                                                – ¿Ni un besito?                                                                                                         – No mami, no podemos                                                                                              Entonces ella va a hacia mi espalda y toma una parte de mi blusa con sus manos y la llena a besos. “Aquí seguro no te tocaste, aquí te puedo besar”, me dice, y entonces yo tomo una parte de su delantal por detrás y hago lo mismo, esperando que la tela traduzca a su cuerpo que nos queremos tanto. 

– – Me pregunto de qué iré a vivir en poco tiempo, yo que he intentado todo por sacar el cuerpo “afuera”, a la calle. El nuevo anarquismo, la nueva desobediencia civil, tarde o temprano, será salir a la calle a encontrarse con otros cuerpos. Salir a la calle porque queremos tocarnos, encontrarnos y permitírnoslo. 

– – 2 de abril

Son las 12:30 p.m. y en eso, desde mi calle –hasta esa hora en relativo silencio– llega nítidamente el sonido de una trompeta y de un saxofón. Han venido los músicos ambulantes y tocan Flor de capomo. Las notas se meten por el balcón, recorren la sala, llega al pasillo se meten a mi cuarto y me levantan. El sonido es nuestro nuevo espacio.

– – 10 de abril

No estamos dimensionando el fenómeno cultural que es Tik Tok.  Una de mis fascinaciones con esta aplicación ha sido que muestra nuestro imaginario de baile “identitario” pero en versión pop-actualizada-mashupeadareloadeada: Muñecas Barbie u ositos de peluche descolgándose desde ventiladores con la música que utilizan los voladores de Papantla, por ejemplo, o todas las versiones del ya famoso baile de la Guelaguetza Flor de Piña.  

 

 

SEGUNDA PARTE

 

ENGLISH

EXCERPTS OF A PANDEMIC DIARY, COMISSIONED BY LA TEMPESTAD MAGAZINE           

 

In recent years I have imagined the public space through dance and choreography, and from there I have proposed an encounter with the community, but how to consider now the body in the confinement?

From La Tempestad they propose me to keep a blog of this new reality; I don’t know if I can do it – I’m a reptile right now – but I agree. As I write, I discover that actually I do get reflections on a day-to-day basis, but I have an absolute inability to focus on reading, articulating or generating new ideas for projects that have to do with anything. Thus, the thoughts come as I tidy up the bookshelf, wreck the closet, and ditch my 2004 invoices and tax returns.

Some moments ideas come; in others, states of the body; and perhaps in others, some reflection related to my doing, or to being an artist (whatever this means in moments where I rather feel dwarfed and irrelevant facing this global event).

I

– – When the pandemic was announced, my Mom seriously told me that she would rather die of coronavirus than lose the hugs of her children, that that was her decision because isolation and not professing affection, at her years, wasn’t life either. She then asked me to hug her. I did it. Two weeks later, the confinment became official, but I decided every week to go to Temixco -where Mom lives- to bring her groceries. It is the second week that I have taken thosenand, after a few hours, it is time to say goodbye. The first gesture is to approach her as if I were going to hug and kiss her as I always do, but I stop. We can not

“Not even a kiss?”

-No mommy, we can’t

Then she goes towards my back and takes a part of my blouse with her hands and fills it with kisses. “Here you surely did not touch yourself, here I can kiss you”, she says, and then I take a part of her apron from behind her and do the same, hoping that the fabric will translate to her body that we love each other so much.

– – April 2

It’s 12:30 p.m. and suddenly, from my street –until that time in relative silence– comes the sound of a trumpet and a saxophone clearly. The traveling musicians have come and play Flor de capomo. The notes go through the balcony,  travel through the living room,  reach the hall, go to my room and pick me up. Sound is our new space.

– – April 10

We are not sizing up the cultural phenomenon that Tik Tok is. One of my fascinations with this app has been that it shows our “identity” dance imaginary but in a pop-updated-mashuped-relocated version: Barbie dolls or teddy bears hanging from fans with the music used by the Papantla flyers, for example, or all versions of the now famous Guelaguetza Flor de Piña dance.

PART TWO